Fuente de Cantos. Calle Llerena. Buen tiempo. A la hora de comer me cito en el Casino Zurbarán -bajo la placa conmemorativa de la Operación Plus Ultra– con Paco Zambrano, que me trae la nueva edición de su biografía de Porrina, relanzada por la Diputación de Badajoz tras ser sometida por su autor a meticulosa revisión. En la bolsa viene también el catálogo de Cante gitano. El pellizco, la reciente muestra de pintura de Gene García, cantante y músico de jazz de la zona de cuyos pinceles, apreciamos, han salido magníficos retratos de -entre otros- Caracol, Camarón, Terremoto, La Kaíta y Ramón El Portugués. Y es que los citados -el jazzero lo capta- tienen mucho en común con Miles Davis: son tejedores de atmósferas.
Veremos de nuevo a Paco por la noche, pues el Otoño Flamenco de Fuente de Cantos viene este año precedido en una semana por un jugoso aperitivo en el local de la peña: Wilo del Puerto con Juan Vargas a la guitarra. Reina en la peña presidida por Luis Molina, como siempre, buen ambiente: Juan y Julio Panea, Isabel Pizarro, Carmen Siliceo, Domingo Díaz y Juan Ramírez se cuentan entre quienes responden a la llamada nocturna del flamenco, además de Carmen Pagador acompañada por su concejala de cultura, Luisa Durán. No habíamos escuchado a este cantaor, alejado durante un tiempo de los escenarios para regresar hace poco ganando la Silla de Oro en Leganés. Muy caracolero y con naturales acentos del Rincón del Sur, destaca por soleá y gusta mucho su cuplé de Rocío Jurado trasladado a tiempo de bulería.
-Cántalo siempre que puedas -cuenta que le aconsejó Ortega Cano-, porque ella, desde donde esté, te ayudará.
¡Que así sea!
Seis noches y siete días después arranca el Otoño Flamenco propiamente dicho con un intenso recital de Perrete, triunfador en La Unión y hace poco elegido presidente de la Asociación Flamenca de Badajoz. Llegamos a lo suyo todavía relamiéndonos por el suculento cocido preparado por Juan Panea y con el regusto en el paladar del aguardiente La Hormiga de que nos surte Ricardo Pachón. Suena la guitarra de José Ángel Castilla firme, acompasada y con flamenco sentido durante toda la velada a la par que Perrete, cuyo disco con Manuel Parrilla escuchamos y disfrutamos, canta con nervio y vibración por tientos y tangos trianeros y extremeños y por fandangos de Porrina y el de la Calzá, a fuer de regalarnos salidas por siguiriyas rebozadas de empaque. Cantaor cada día -tómese nota de su tanda por soleá- más largo en registros y sapiencia, su proceso de consolidación tras el despunte resulta de lo más patente.
La velada sigue luego entre amigos en la peña, donde es presentado en sociedad Michael Angstreich, caballero norteamericano llegado de Oslo con el único y tan loable como llamativo propósito de fichar como socio en la entidad. En cierto momento, se echa a cantar unas letras sefardíes envueltas en coros gitanos rusos, protagonizando el momento mágico de la madrugada.
Y llega en la segunda gala, al fin, el acto oficial de salida a la calle del libro, bautizado dos días antes en la capital de la antigua taifa en presencia de Chiki Porrina y José Silva, nietos del enorme artista. Ya está Paco Zambrano ante el atril. Fluido verbo. Poder de convicción. Audiovisuales. Rafael Farina y el Marqués midiéndose por fandangos en La copla andaluza. Suenan las guitarras de Niño Ricardo y Paco Aguilera… El de Paco Zambrano con Porrina de Badajoz es un ejemplar caso de amor a la obra de un artista y de fascinación por su figura humana. Carismático, amigo de aristócratas y toreros, admirado por los demás flamencos, hombre sin arrugas ni en la ropa ni en el arte, Porrina -que mantuvo un sólido y duradero idilio artístico con Málaga- fue uno de los indiscutibles reyes de la noche flamenca madrileña en los tiempos de soberanía bajo su cielo estrellado de Manolo Caracol. Con Valderrama, Farina y otras figuras recorrió España en las compañías de mayor relumbrón. Abrió paso en la capital a artistas extremeños como Antonio El Camborio, Juan Cantero, La Marelu e Indio Gitano y sobre él se fundamenta la prestigiosa dinastía representada por el cante de La Negra de Badajoz, Ramón El Portugués y Guadiana, las guitarras de su hijo Juan Salazar y Paquete y la percusión de Ramón Porrina, Piraña y Sabú, a fuer de prolongarse en grandes de la rumba como Los Chunguitos y Azúcar Moreno.
Paco Zambrano ha recuperado y ordenado la más que prolífica y a menudo inencontrable discografía de Porrina y ahondado en lo posible, con ayuda de testigos, familiares y amigos, en la idiosincrasia y anecdotario de aquel cantaor genial que luciera un as de bastos en el escudo de armas de su marquesado. Y es que fue un auténtico as en lo suyo, por lo que ha de darse la bienvenida a este libro que, sin duda, contribuirá a la puesta en valor de su obra y su impronta entre la joven generación de aficionados. Cuando se fue de este mundo era un dandy ya otoñal, pero nos legó un cante de hoja perenne.
Después… El otoño ha traído la lluvia fina y el sirimiri del Duende perla la frente de Alejandro Vega, cantaor de raíz con matices suntuarios, en sus estremecimientos por minera y fandangos. Ruge La Kaíta, lunares al cuello, derritiendo glaciares por bulerías. Enjundia, donosura e inspiración luce -de barquillo y azabache- Salomé Pavón en sus pesares y requiebros por fandangos, zambra y soleá. ¡Aroma y casta! Y Peregrino, que es en el baile de hoy lo que Frascuelo en el toreo: el saber estar. Y la colaboración siempre de lujo de la flauta de Ostalinda Suárez. Para todos ellos, Miguel Vargas pulsa secundado brillantemente por su hijo Juan las cuerdas de la guitarra y pensamos en los parpadeos de un águila vigilando los tiempos inciertos por venir con la templanza que concede la sabiduría. Por esta zona tenemos la fortuna de disfrutar con asiduidad del arte de todos ellos, pues muy a menudo actúan juntos y conforman un elenco de enorme sabor y duende.
La sorpresa de la noche -tras el agasajo por la alcaldesa a Tony Álvarez, secretaria del Centro Extremeño de Artes Escénicas y de la Música– viene de mano de las alumnas que Salomé Pavón tiene en Fuente de Cantos, que interpretan el fragmento de El Amor Brujo que con devoción y mimo han estado ensayando los días previos en los altos del Casino Zurbarán. Con Jenaro González citando al burel en los medios, alzan Isabel Pizarro, Lourdes Sabán, Mari Luz Rebolledo, Carmen Siliceo, Elena Parra, Carmen Conejo, Begoña Miguélez, Nuria Gala y Mari Ángeles Domínguez las alas por soleá antes de marcharse cimbreándose hacia Egipto, como llamaban en los cafés-cantantes a las candilejas donde, perseguidas por los aplausos de la afición, se refugiaban las intérpretes de danzas bohemias.
Al fin de fiesta por bulerías se incorporan Carmen La Parreña y Paulo Molina con su pequeña hija y El Cano de Berlanga, cantaor afincado en Alcalá de Guadaira. La cosa se prolonga en la peña, donde -tras darse cuenta del tentempié de rigor- empuñan las guitarras Domingo Díaz, Paulo Molina, Isaac Ortega y Nene Salazar y El Peregrino se arranca por Bambino. Por allí José María Sánchez Tanito, los Panea, los Cotano, Asun Solís, Quique Herrera, Juan Navarro, Amalia Rojo, los Sabán, Juan Ramírez y Pilar, Javier Rodríguez Viñuelas (del Centro Dinastía Bienvenida)… Y nos dan las claras, como en el Candela de los años 80. Entretanto se estaba yendo de Madrid al Cielo Toni Maya, flamenco entrañable donde los hubiera, uno de los grandes festeros de nuestra época y elemento de lujo de los principales tablaos madrileños. A su persona y a su arte rendimos hoy emocionado recuerdo mientras aguardamos ya el remate del Otoño con Miguel de Tena y Jesús Méndez, entre otros.
Fotos de Archivo VPF
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