Arranca una nueva edición del festival de Jerez. Iglesia de Santiago, el Prendimiento de testigo, a las seis en punto de la tarde la fila para entrar a la «Liturgia» da la vuelta a la calle, dentro, los bancos abarrotados y la única luz del camino de velas que unos minutos más tarde recorrerán José Maya y sus músicos hasta llegar al altar. El incienso abre el olfato y José Luis López consigue agudizar el oído de los allí presentes con las notas llenas de sensibilidad de un chelo.
Y en el poder que da la intimidad ya creada, el recogimiento invita a la reflexión. Una reflexión guiada por un José Maya convertido en Cristo, este Cristo de los gitanos que coge especial impronta en la interpretación de la Saeta y que enlaza por Caña llevada con una espiritualidad en la que es perfecta la elección del Falo como cantaor pues te transporta a un terreno nada terrenal. Penumbra que impacta y ayuda a los actores a la contención, una contención muy pensada y bien trabajada que consigue que el espectador casi ni respire. Una sublime Sandra Carrasco acuna cada interpretación de los Cantes. Un Diego Amador Jr que saca lo más profundo del baile de José de las cavernas y lo lleva a los altares. Un Cante el de José en el que salen los susurros de Dios. No sé si baila mejor que canta, o canta mejor que baila, lo que sí sé es que es artista de pies a cabeza, en el escenario o andando por la calle con esa manera suya que tanto atrapa.
Una fuerza sobrenatural nos invade, desde lo más oscuro de la tragedia y de la pena del alma, acaba en plena luz y paz interior que llega y aún, doce horas después, no sé explicar cómo sucedió. Solamente puedo decir gracias José, por trasladarnos un rato, al Reino de los Cielos.
Foto cedida por Deflamenco.com
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